En la antigua Roma, la variedad de materiales de que disponían para la creación de joyas era muy amplia, debido a la enorme extensión de su territorio, sobre todo en época imperial. Además, el comercio con otros pueblos traía nuevos materiales exóticos desde Asia a través de la Ruta de la Seda.
Los romanos destacaron por las joyas hechas para el cabello. Cuanto más sofisticadas y llamativas eran, señalaban un estatus social más elevado. De entre las joyas de esta época, sobresale la argolla precursora de la alianza de compromiso. Simbolizaba el ciclo de vida que empezaba la pareja y su compromiso ante la sociedad. Al principio era fabricada en hierro, y luego en oro, plata y otros materiales.
Algunas de las piezas distinguidas de la joyería romana son el bullae, un colgante que llevaban los niños de familias de alta alcurnia; los crotalia, pendientes con una barra horizontal de la que caían varios colgantes; las monedas (que se utilizaban también como colgantes); los brazaletes y las horquillas.
En Roma, los hombres solían llevar sólo un anillo. La joyas las portaban las mujeres para destacar su nivel social y su riqueza. Tanto les gustaban a las mujeres romanas las joyas que algunos maridos se quejaban de la ostentación y el gasto que suponía. Hasta tal punto llegó el asunto que a principios del siglo II a.C. se aprobó la Lex Oppia, que regulaba la cantidad de oro y de vestimentas que las mujeres podían llevar. Ellas se movilizaron hasta lograr derogar la ley.
Comentarios (0)