La mano de Fátima o Jamsa/Hamsa/Khamsa (palabras que significan cinco) tiene su origen, en realidad, antes del nacimiento de la religión islámica. Algunos la vincula al culto de Tanit, la diosa de Cartago, la más importante, deidad de la fertilidad y la feminidad, a la que se solía representar con las manos alzadas y extendidas.
En el mundo islámico, el nombre de este amuleto puede provenir del hecho de que los militares franceses en el norte de África solían llamar Fátima despectivamente a las mujeres tunecinas y argelinas. Pero la hipótesis más aceptada conecta el nombre con Fátima al-Zahra (606-632), cuarta hija del profeta Mahoma, por su carácter maternal y protector. Aunque la imagen de la mano relacionada con este personaje no está documentada, existe la leyenda de que durante la batalla de El Bedr Hanin (624), los partidarios de Mahoma no tenían estandarte y Fátima mojó su mano en la sangre de un herido y la imprimió en su velo.
Otra leyenda afirma que el esposo de Fátima, Alí, primer imán de los chiíes, regresó de un viaje con una concubina. Fátima, consumida por la pena, metió sin darse cuenta la mano en la sopa hirviendo que cocinaba sin apenas sentir dolor físico. Finalmente, Alí, al ver el gran amor que sentía por él, dejó a la concubina. De ahí la célebre imagen llegó a ser símbolo de paciencia y lealtad, dando también suerte y abundancia.
Se desconoce cuándo se empezó exactamente a usar la mano de Fátima, pero la rápida expansión del Islam hizo que se introdujera en el ámbito cristiano y judío (en especial los sefardíes) en zonas donde estas religiones estaban en contacto con el Islam. Ya en Al-Ándalus hay evidencias de su utilización.
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